martes, 13 de agosto de 2013

Mas de Francis Scott Fitzgerald

Les reúno aquí varios artículos interesantes que he encontrado en la red, de la novelesca vida de FSF.

El fantasma más glamuroso del mundo (Diario el Pais)

Anagrama publica 'El gran Gatsby', una de las mejores novelas del siglo XX
ANA MARÍA MOIX 17 DIC 2011

Editorial Anagrama acaba de editar El gran Gatsby, una de las mejores novelas norteamericanas del XX, en una nueva traducción, hermosísima, debida a Justo Navarro. Su autor, Francis Scott Fitzgeral, nacido en 1896, en St. Paul, Minnesota, murió el 21 de diciembre de 1940, en Beverly Hills, donde malvivía trabajando como guionista cinematográfico, unido sentimentalmente a la periodista Sheilla Graham, autora de un libro magnífico que valdría la pena editar, La amada infiel, del que se rodó un filme dirigido por Henry King y protagonizado por Deborah Kerr y Gregory Peck. En él Graham, oficialmente la cronista más chismosa de Hollywood, se descubrió como una narradora de primera línea. Llegó a Hollywood con un pasado falso, inventado, haciéndose pasar por millonaria descendiente de la más alta aristocracia británica (tenía en su despampanante casa fotos de familia, trucadas, con abuelos elegantemente vestidos junto al fuego de chimeneas ricamente ornamentadas y perrazos de raza a sus pies), y tras engañar a todo el mundo y enamorarse de Fitzgerald, contó la verdad en este libro ejemplar. Dividido en dos partes, narra, en la primera, sus auténticos orígenes, humildes y míseros a más no poder, logrando tejer una crónica de una infancia, adolescencia y primera juventud dignas del puro y duro realismo dickensiano, y dedicada la segunda al relato de su relación con el ya entonces oficial y literariamente acabado Fitzgerald, maltratado guionista en los estudios cinematográficos hollywoodienses, donde recaló para ganarse la vida, la propia, la de su esposa, Zelda, recluida en un psiquiátrico, y la de sus dos hijos, al tiempo que intentaba volver a hacer algo de lo que ya nadie le creía capaz: volver a escribir. Y, de hecho, pese al descrédito generalizado, lo consiguió, pues aún escribiría una novela, quizá uno de sus mejores logros, El último magnate. Novela inacabada, pero una de las novelas mejor inacabadas del mundo. En sus páginas pone en pie el fulgor y miseria de Hollywood de modo estremecedor. Lo escrito no necesitaba final. Habría sido un acabamiento mórbido. Quién sabe si el 21 de diciembre de 1940, Fitzgerald no decidió morir para dejar inconclusa la novela. Al fin y al cabo, aunque decía haber ido a Hollywood a triunfar como guionista y a ganar dinero, en realidad acudió a el dorado del cine para morir. O lo que era lo mismo: a dejar de beber. Y Fitzgerald no podía seguir bebiendo, enfermo ya del corazón, ni vivir sin beber.

                                                                            MAITE NIÑO

Anita Loos, famosa guionista de Hollywood y autora de la deliciosa novela Los caballeros las prefieren rubias, escribe en Adiós a Hollywood con un beso: “Scott tenía la insana humildad del alcohólico regenerado. Era una humildad embarazosa. Viéndolo, me convenció de que jamás se debe desintoxicar a un borracho crónico”. Sin embargo, antes de poseer como nadie en Hollywood esta aureola del fracaso, antes de ser este Fitzgerald que, según Anita loos, “andaba siempre incómodo entre sus antiguos compañeros e incomodándoles a todos pidiendo perdón por nada, titubeante y embarazoso, como si en realidad deseara disculparse por su pasado”, antes, 11 años antes, Fitzgerald llegó al cielo de Hollywood, por vez primera, precedido por el eco de la fama, la leyenda y la fortuna que proporcionan el triunfo. Era entonces (1927) el escritor de su generación más mimado por Fortuna. “Los Fitzgerald” era una invocación mágica, nombre de un mito que pronunciado en las noches de Beverly Hills dejaba tras de sí una estela de hechizo, admiración y dorados acentos de la Riviera francesa. Hacía un par de años que se anunciaba la llegada del escritor, pero ni siquiera Hollywood podía creerse objeto de semejante honor. La primera fiesta a la que Scott y Zelda acudieran la organizó Carmen Myers, actriz a quien el legendario matrimonio había conocido en Roma, durante el rodaje de Ben-Hur, y nunca, en su carrera de anfitriona, había logrado reunir a tan prestigiosos nombres. Se dijo que “los Fitzgerald” llegaron más bien tímidos a la fiesta, pero despidiendo, desde su retraimiento, profundas corrientes de encanto y seducción. Y desaparecieron en seguida. “Encontraron el vestuario, se llenaron los brazos de bolsos de señora y se dirigieron a la cocina. Miss Myers fue la primera en percatarse de que algo se estaba quemando. Rápidamente, fue a la cocina. Allí, la anfitriona y sus invitados descubrieron a Scott y a Zelda muertos de risa. En el fogón había una olla gigante y, dentro, estaban los bolsos, hirviendo jubilosamente en salsa de tomate”. Eran los juegos de Zelda. Y a Scott le encantaba participar en ellos.
Y 13 años después, Zelda ya no “jugaba” en las fiestas de Beverly Hills ni de ningún otro lugar del mundo. El “regenerado” Scott la visitaba, de vez en cuando, en su retiro psiquiátrico. Él había perdido la aureola de autor de moda, su nombre de escritor había caído en el olvido y se le había apagado aquel brillo, para él imprescindible, de la juventud. Se había convertido en un hombre tímido, silencioso, que se retiraba siempre dando la impresión de que le quedaba algo por decir, algo que había optado por callar maniáticamente ocupado como estaba en mantener un orden en sus gestos, palabras y presencia toda. Había perdido algo más que la adicción (pérdida solo transitoriamente) al alcohol. Pertenecía a esa clase de escritores que en épocas de esterilidad creadora se convierten en seres extraños, como “de paso”, obsesionados por recobrar la escritura, por el cumplimiento maniático de una serie de normas y ritos cotidianos, nunca antes observados, pero a los que ahora suponen motor de la fecundidad perdida y de la abstinencia por alcanzar. La vida se convierte en una sucesión de “ejercicios prácticos”, pero son ejercicios para nada. El “regenerado” Fitzgerald paseaba inquieto por los estudios cinematográficos, obsesionado por el tipo de lápices que usar y por el tamaño de los cuadernos donde escribir. Alineaba, una y otra vez, junto a la máquina de escribir, las carpetas de guiones que permanecían vacías día tras día. En el suelo alineaba botellas de coca-cola que eran la muestra de su verdadero trabajo: no beber alcohol. Era ese su auténtico trabajo: no beber. Vivía inmerso en la perplejidad. Era una perplejidad que se traducía en su mirada y que Mrs. Hacket, guionista junto con su marido de películas de éxito (Hoy como ayer, entre otros) describió así: “La primera vez que vi a Scott estaba sentado en la cantina. Lo que me llamó la atención fueron sus ojos. Parecía como si estuviera viendo el infierno abriéndose delante de él. Abrazaba el portafolios y pidió una coca-cola. De repente, se levantó para irse. Dije a Albert: ‘Acabo de ver a un fantasma’. ‘Es Scott Fitzgerald’, me contestó”.
A veces tomaba su coca-cola en la llamada “mesa de los escritores” junto a nuevos y viejos compañeros. Y, aunque se esforzaba —y se esforzaban los demás— por que “nada se notara”, su aspecto seguía siendo el que tanto sorprendiera a Mrs. Hacket. El mismo Fitzgerald lo describiría más tarde, cuando sustituido de nuevo el ritual de la coca-cola por el del alcohol, recobró el discurso que siempre lo había unido al mundo y a sí mismo, y que, esta vez, esta última vez, lo uniría también a la muerte. “Era, evidentemente, un hombre al que le había pasado algo. Conocerle era como encontrarse con un amigo aturdido por causa de una pelea o una colisión. Se queda uno con la vista fija en el amigo y pregunta: ‘¿Qué te ha pasado?’ y él responde algo ininteligible entre los dientes rotos y los labios hinchados. Ni siquiera tiene fuerzas para explicarse”.


El genio, el dinero y la decadencia (Diario El Pais)

JUSTO NAVARRO 17 ENE 2009

Tenía Fitzgerald el sentido de culpa que sólo consiguen los alcohólicos y los católicos. Era católico y bebedor, pero, cuando murió en 1940, le fue negada la sepultura en tierra bendecida, a pesar de que había pasado su vida arrepintiéndose, deseoso de enmienda y perdón en cada resaca, ese momento de anhelada pureza, cuando uno se promete no volver a caer, como después de pasar por el confesionario. Se arrepentía de sus éxitos como cuentista popular y se arrepentía de no vender, triunfante a sus 23 años con A este lado del paraíso, la novela más leída en las bibliotecas públicas en 1921. "Creo", apuntó Edmund Wilson, "que nadie ha escrito con tanta hondura la historia de la juventud de nuestra generación".
Y luego escribió una de las grandes novelas de su época, El gran Gatsby,historia de amor loco en tiempos de alegre exhibicionismo del dinero, casi como ahora mismo. A Fitzgerald le fascinaban los ricos, a quienes en el fondo despreciaba con todo el vigor de la envidia. La heroína de El gran Gatsby, Daisy Buchanan, tiene la voz luminosa, especial: "Her voice is full of money", explica Jay Gatsby, su enamorado, en un momento de lucidez. Y ésa es la voz que suena cuando Daisy, en plena crisis de aburrimiento, dice: "¿Qué vamos a hacer con nosotros esta tarde, y al día siguiente, y en los próximos treinta años?". Estaba citando sin saberlo La tierra baldía, de T. S. Eliot, a quien gustó mucho la novela.
Entonces vino el desastre económico internacional, la crisis, el crash, elcrack, y Fitzgerald se vio acabado, disipado, derrotado en su manía de ser popular y millonario a la mayor velocidad posible. Coincidiendo con el desplome de la Bolsa, su mujer sufrió un hundimiento mental que la llevó al manicomio. Puesto que su vida y su obra coincidían prodigiosamente con los ciclos históricos, Fitzgerald pensaba que todo el mundo sufría el mismo síndrome y, quizá para consolarse, a un amigo le confió que veía a Hemingway "tan destruido como yo". La única diferencia, según Fitzgerald, era que Hemingway había caído en la megalomanía, mientras que a él lo aplastaba la tristeza.
Vendió cuentos a precios fantásticos a las mejores revistas: hablaba de aventuras, jergas y modas de los hijos de su tiempo sin poner demasiado nerviosos a los padres. Aquellas fábulas de hace ya casi un siglo han llegado hasta hoy, en películas, en canciones como 'Berenice se corta el pelo', del álbum Liberation, de The Divine Comedy. Escribir cuentos no le gustaba. Lo hacía por dinero, para escribir novelas, o eso decía Fitzgerald, que sabía reírse de sí mismo. Un personaje de su segunda novela, Hermosos y malditos, se quejaba: "En todas partes encuentro niñas tontas que me preguntan si he leído A este lado del paraíso". Avisó de que la novela, "el medio más sólido y dúctil de comunicar ideas y emociones", cedía su puesto a Hollywood. La palabra escrita era derrocada por las imágenes.
En 1922 vaticinó en una carta a su amigo Edmund Wilson el futuro esplendor de Nueva York como capital mundial de la cultura: la cultura sigue al dinero. "Seremos los romanos de las próximas generaciones", dijo el profeta Fitzgerald, antes de irse a Europa, donde la vida salía barata. Sus hazañas alcohólicas europeas superaron a las neoyorquinas. Cuando llegó la crisis, empezó a leer a Marx, como si viviera hoy mismo. Francis Scott Fitzgerald sigue vigente, como el genio, el dinero, la diversión, la conciencia de que todo se va y decae, hecho físico incontestable e irreparable. ¿No se puede repetir el pasado? ¡Claro que se puede!, decía Jay Gatsby, el fantástico, antes de ser arrasado por el presente.

El 'crash' de Zelda y Scott  (Diario El Pais)

GUILLERMO ALTARES 17 ENE 2009

Simbolizaron una época de excesos y libertades, pero también el crash que rompió el mundo a finales de los años veinte. El mito de Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald vuelve al primer plano literario con la novela Alabama Song, del francés Gilles Leroy. Por Guillermo Altares

Fueron los símbolos máximos de una época en la que pareció que todo era posible, una era que respiraba alcohol prohibido y foxtrot, en la que se empezó a forjar nuestra libertad, un tiempo de felicidad artificial entre el horror de la Primera Guerra Mundial y la barbarie de la Segunda en la que el mundo creyó que podría conseguirlo. Y también encarnaron elcrash del 29, cuando el espejismo se rompió en mil pedazos y el mundo se precipitó al vacío. Pero Zelda Sayre (1900-1948) y Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), Scott y Zelda, son mucho más que eso, más que la Generación Perdida; representan el mito de la pasión y del desamor, de la literatura que se funde con la vida, simbolizan el éxito y la tragedia, la decadencia y la caída, el alcoholismo y la locura. Y demuestran, como Rimbaud o como Salinger, que la literatura necesita leyendas.

Ernest Hemingway, fundamental a la hora de crear el mito, aunque fue profundamente injusto con Zelda, escribe al final de París era una fiesta:"Muchos años después, en el bar del Ritz, Georges, que ahora es el jefe del bar y que era un botones cuando Scott vivía en París, me preguntó: 'Papá, ¿quién era ese m onsieur Fitzgerald sobre quien todo el mundo pregunta?". Todavía muchos años más tarde, en otro siglo, en otra era, en otro espejismo seguido de otrocrash, seguimos preguntando por Scott y Zelda en las barras de los bares de nuestra imaginación.
"Cuando empecé a escribir este libro no sabía que iban a volver los Fitzgerald y con ellos los años veinte y treinta", señala el autor francés Gilles Leroy, cuya novela Alabama Song(RBA), ganadora del Goncourt en 2007, reconstruye la vida de Zelda en primera persona. Pero este libro, que acaba de ser editado en castellano, no es el único indicio del regreso de la pareja. En febrero se estrenará El curioso caso de Benjamin Button, un filme de David Fincher, protagonizado por Brad Pitt y Cate Blanchett, basado en el cuento del mismo título, que Lumen reeditó a finales de 2008 dentro de una recopilación y Navona acaba de sacar en otra. Además, se están preparando versiones cinematográficas de Hermosos y malditos, protagonizada por Keira Knightley (que es hermosa, pero no maldita), y de El gran Gatsby,dirigida por Baz Luhrmann, el barroco realizador de Moulin Rouge yAustralia.
"Tenía muchas ganas de hablar de Zelda, también tenía ganas de hablar de esa época. Los Fitzgerald eran una pareja de ensueño. Es verdad que la crisis se parece a lo que contaron en sus libros, pero lo que no siento es la gran explosión de creatividad que marcó los años veinte, cuando se forjó una nueva pintura, una nueva literatura, se cimentó el lenguaje del cine... Ahora tenemos la crisis; pero no la explosión creadora", prosigue Leroy en una entrevista telefónica. "Se parecen mucho en su forma de utilizar los medios de comunicación a las celebridades actuales, en un momento en que esos medios de masas empiezan a surgir. Su utilización de la celebridad es un poco cínica, pero son modernos en muchos planos, incluso en el plano moral. En su forma de romper las convenciones, de quererse, de enfrentarse a la sociedad, porque estamos hablando de la época anterior a Mayo del 68. Lo que atrae de esta pareja es la precocidad, la velocidad y su capacidad para consumir lo que llegaron a tener: felicidad, éxito, dinero".
La obra de Zelda se ha ido apagando y olvidando con el tiempo. Sus cuentos, su novela (Save me the waltz, "resérvame este baile"), sus artículos, su obra de teatro, sus pinturas tienen momentos brillantes, pero no han pasado el examen del tiempo (su personaje sí). Sin embargo, la obra de Scott no para de crecer, de engarzarse con nuestros días y nuestros sueños. Junto a Alabama Song, RBA va a reeditar un libro que reúne cuentos de ambos, Pizcas de paraíso.Algunos aparecieron firmados por Scott, aunque en realidad son obra de Zelda o de los dos. Los relatos de ella tienen momentos brillantes -"lo primero que llamaba la atención de Gay era su forma de comportarse, como si estuviera disfrazada de sí misma"-, metáforas evocadoras -"sus fortunas se levantaron sobre la insaciabilidad de los cazadores de leones de París" o "anduve con ellos bajo las sombras goteantes de la noche parisina, malva y cuarzo rosado bajo las farolas"-; pero les falta algo, el salto a la genialidad que rezuma en la obra de Scott. "La parrilla del Brix en París es uno de esos lugares en los que ocurren cosas -como el primer banco de la entrada sur de Central Park o Herrin, en Illinois-. Allí he visto romperse matrimonios por una frase irreflexiva e intercambios de bofetadas entre una bailarina profesional y un barón inglés y sé personalmente de al menos dos asesinatos que se hubieran cometido allí, si no fuera porque era julio y no había sitio. Incluso los asesinatos requieren cierto espacio y en julio no hay un sitio libre en la parrilla del Brix", es el arranque, difícilmente superable, de 'Un penique gastado', un cuento poco conocido de Scott que, como una parte importante de su obra, transcurre entre extranjeros en Europa.
A su muerte, Zelda escribió: "No existe que yo sepa ninguna personalidad divorciada de su tiempo. La contribución esencial de Scott es haber conseguido dramatizar la desesperanza y la pena de una época, y haber logrado, gracias a un valor trágico, una nueva razón de ser". En su necrológica, The New York Times ya hablaba de él como escritor pero también como mito. "La vida y la obra de Fitzgerald encarnaron a 'todos los jóvenes tristes' de la generación de la posguerra
[Estados Unidos todavía no había entrado en la Segunda Guerra Mundial]. Con la habilidad de un reportero y el talento de un artista, capturó la esencia de un periodo en el que las flappers [las chicas de los años veinte que Zelda encarnó] y la ginebra, los 'hermosos y malditos' fueron los máximos símbolos de una era sin preocupaciones". Pero esta inmensidad de la leyenda es también su kriptonita. "Los Fitzgerald eran figuras fantasmales que surgían de una era que había desaparecido, pero su impacto en la imaginación de Estados Unidos se ha mantenido", escribe Nancy Milford en Zelda. A biography, publicada por primera vez en 1970 y que, además de convertirse en un best seller y de ser finalista del Pulitzer, rescató la figura de Zelda de la larga sombra de Scott.
"El éxito del mito ha devaluado la estatura del hombre y desvalorizado la obra. F. Scott Fitzgerald creó sus propias leyendas. Su vida domina su obra. Se convirtió en un arquetipo o más bien en un conjunto de arquetipos que se pisan los unos a los otros. Es el escritor alcohólico, el novelista arruinado, el genio derrochado, la encarnación de la Era del Jazz, una víctima sacrificada en el altar de la depresión", afirmó Matthew J. Bruccoli, el mayor estudioso de la obra de Scott y Zelda, fallecido el año pasado ("quiere tanto a sus autores que si encontrara todas sus facturas de la tienda de ultramarinos creo que las publicaría", dijo sobre él la única hija de la pareja, Frances Scott Scottie Fitzgerald (1921-1986), que también se empleó a fondo para tratar de iluminar los rincones que se esconden detrás del mito).
Basta, de nuevo, con un párrafo, en este caso de 'Ecos de la Era del Jazz' (recogido en El Crack-Up), escrito en noviembre de 1931, para comprobar como la voz de Scott Fitzgerald resurge desde el crash y desde las ruidosas orquestas para hablarnos de nuestro tiempo. "Ahora tenemos apretado el cinturón una vez más y ponemos la expresión de horror adecuada cuando volvemos la vista hacia nuestra desperdiciada juventud. A veces, sin embargo, hay un rumor fantasmal entre los tambores, un susurro asmático en los trombones que me devuelve a los primeros años veinte, cuando bebíamos alcohol de madera y cada día, en todos los aspectos, nos hacíamos mejores y mejores, y hubo un primer intento abortado de acortar las faldas y las chicas parecían todas iguales con sus vestidos suéter y personas que uno no quería conocer cantaban: 'Yes, we have no bananas', y parecía sólo una cuestión de unos pocos años que la gente se hiciera a un lado y dejara que el mundo lo manejaran quienes veían las cosas como eran -y todo eso nos parece rosado y romántico, a nosotros, que entonces éramos jóvenes- porque no sentiremos tan intensamente lo que nos rodea nunca más".
¿Cuál es la realidad que se esconde detrás de la leyenda? ¿Quiénes fueron de verdad Scott y Zelda? Llegaron a ser tan famosos que existen cientos de documentos, una parte importante de ellos recopilados en el precioso volumen ilustrado The romantic egoists, coordinado por el omnipresente Bruccoli (también le debemos la edición de las obras completas de Zelda y de Pizcas de paraíso, una gruesa biografía de Scott y decenas y decenas de artículos) y por Scottie y editado por la Universidad de Carolina del Sur. Pero, hasta la irrupción de Nancy Milford, Zelda fue una gran desconocida, a la que Hemingway acusaba prácticamente de arrastrar con su locura a Scott hacia el alcohol.
"Zelda respondía a la tipología de la niña traviesa que pululaba por la literatura infantil de principios de siglo: una chica atractiva pero indómita, que mostraba todos los indicios de rebeldía ante las convenciones del tradicional papel femenino", escribe la crítica Kyra Stromberg en Zelda y Francis Scott Fitzgerald (Muchnik Editores, 2001). Nancy Milford arrancó a un compañero de escuela, en una reunión de antiguos alumnos a la que asistió, una definición que resumía su belleza, su fuerza y su atractivo: "Zelda era una kingmaker", una hacedora de reyes.
Zelda pertenecía a una buena familia de Montgomery, la capital de Alabama, y nació cuando la Guerra Civil (1861-1865) era todavía un recuerdo cercano en esta aletargada ciudad del Viejo Sur, donde estuvo brevemente la capital de la Confederación. De hecho, el único museo dedicado a la pareja se encuentra en el mismo barrio de la familia Sayre, una zona elegante, de mansiones sureñas, olor a magnolias y un cielo que, como describe Gilles Leroy, es "tan azul y tan triste que explica perfectamente por qué el blues se llama blues". El museo, en el 919 de Felder Avenue, está en un piso en una casa de ladrillo rojo mucho más anodina que otras mansiones que parecen sacadas de Lo que el viento se llevó, en la que la pareja vivió unos meses entre 1931 y 1932. "A este lado del paraíso. El único museo del mundo dedicado a Scott y Zelda. Pertenecen al mundo", puede leerse en un cartel cerca de la entrada. Es un barrio plácido, que dormita bajo el calor intenso del Viejo Sur, la temperatura de la historia y del aburrimiento, y es una de las pocas zonas agradables de Montgomery (la ciudad en la que, por otra parte, comenzó el movimiento por los derechos civiles en los cincuenta).
Fitzgerald, un joven católico de provincias, nacido en Minnesota; aunque estudió en la patricia universidad de Princeton, de origen irlandés, guapo y elegante, aunque un poco enclenque, conoció a la bella Zelda en el verano de 1918, cuando estaba en el Ejército, en Camp Sheridan, cerca de Montgomery. Fue un encuentro digno de novela rosa, que parece sacado de uno de los grandes cuentos de Scott, 'La última belleza sureña'. "Mientras bailaban en la pista, los tres músicos de la orquesta tocaban Cuando te hayas ido de una manera imperfecta y conmovedora, que me parece estar oyendo ahora mismo, como si de cada compás brotara un precioso minuto de aquel tiempo. A mi alrededor se fraguaban sin cesar parejas de organdí y verde oliva. Era una época de juventud y de guerra y nunca hubo tanto amor como entonces".
Fue un noviazgo complicado. Se casaron el 3 de abril de 1920 en Nueva York, apenas una semana después de que Scott hubiese publicado su primera novela, A este lado del paraíso, que se convirtió rápidamente en un gran éxito. Se bebieron todo Manhattan y alrededores ("Nueva York tenía toda la iridiscencia del comienzo del mundo", escribe Scott en El Crack-Up). En 1921, viajan por primera vez a Europa mientras su fama va creciendo y Scott comienza a ganar mucho dinero con sus cuentos. En 1925, publica El gran Gatsby, lo más parecido que existe a la mítica Gran Novela Americana, y conoce a Ernest Hemingway en París. "Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no entiende a la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus vulneradas alas y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo", escribió el autor de El viejo y el mar.
Sin embargo, como describieron Zelda en Save the waltz y Scott enSuave es la noche, detrás de esta fachada comenzaba a fraguarse la tragedia. Nancy Milford cree que una infidelidad de Zelda con un aviador francés, en el verano de 1924, "había roto la confianza entre ellos en su matrimonio". Leroy, que describe con todo el dolor de Zelda aquel verano en su Alabama Song, cree que la auténtica ruptura fue mucho más profunda y tardó mucho más en fraguarse.
"Muchos lectores, y sobre todo lectoras, enamorados de Fitzgerald han chocado con el libro porque dicen que ofrece una visión demasiado crítica de Scott. Primero, creo que hay mucha gente que confunde a Robert Redford en la versión cinematográfica de El gran Gatsby con el propio autor. Y luego, yo no he inventado nada: son cosas que ocurrieron, es lo que hizo. Fue un hombre, un ser humano", señala el novelista francés, quien cree que la clave del final está precisamente en que ella publicase Save me the waltz antes de que él terminase su novela sobre el mismo tema, Suave es la noche. "Una de las cosas apasionantes de Zelda es que ninguno de los testimonios que hay sobre ella concuerda, cada uno veía a una persona diferente. Lo que encuentro terrible y a la vez apasionante es la rivalidad que acaba por convertirse en un infierno. Zelda es un personaje muy complejo, que trata de escribir, de bailar, pero que luego rechaza el contrato más importante de su vida, que pinta, que luego destruye una parte de su obra, su conducta parece que le lleva voluntariamente hacia el fracaso. Hay muchos elementos que dan la impresión de que ella no quiso triunfar, realizarse".
En 1930, Zelda comenzó su largo viaje hacia la noche de la locura con su primer ingreso en un psiquiátrico. El resto de su vida se convertiría en una larga sucesión de entradas y salidas, aunque siguió escribiendo, pintando. La larga tragedia de los años treinta acabó con Fitzgerald muriendo en 1940 de un ataque al corazón en el apartamento de su pareja, la periodista Sheila Graham, en Hollywood. "Dicen que la locura nos separó. Es justo lo contrario: nuestra locura nos unía. Es la lucidez la que nos separa", señala el personaje de Zelda en Alabama Song. En 1948, un fuego en el psiquiátrico de Asheville (Carolina del Norte), donde estaba ingresada, acaba con la vida de la última Belleza del Sur.Hasta 1975 no serían enterrados en la misma tumba, en Rockville (Maryland). Su epitafio es el final de El gran Gatsby: "Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado". También podría haber sido la primera frase de El Crack-Up -"toda vida es un proceso de demolición"- o, por qué no, la última de 'Éxito prematuro', otro artículo autobiográfico que publicó en Squire en 1937: "Nunca he vuelto a ser como durante aquel periodo tan breve en el que él y yo fuimos la misma persona, en que el futuro realizado y el pasado anhelante se fundían en un sólo momento esplendoroso: en que la vida era literalmente un sueño".
Porque al final quedan las palabras de Scott y Zelda, sus sombras, y la triste esperanza de que hubo un momento, en algún rincón perdido de los años veinte, en que la vida fue un sueño. "Piensa en cuánto me quieres. No te voy a pedir que me quieras siempre como ahora, pero sí te pido que lo recuerdes. Pase lo que pase siempre quedará en mí algo de lo que soy esta noche", dice el personaje de Nicole en la más triste de las novelas de Scott, Suave es la noche, en una certera definición de lo que representa un verdadero amor: algo que, ocurra lo que ocurra, se queda con nosotros para siempre. Podemos decir algo parecido de los grandes escritores y de sus leyendas. Tras pasar por la vida y por la obra de Scott y Zelda, siempre quedará algo de ellos en nosotros.
Gilles Leroy. Alabama Song. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. RBA. Barcelona, 2009. 192 páginas. 18 euros. Francis Scott Fitzgerald. Benjamin Button y otros cuentos. Lumen. Barcelona, 2008. 272 páginas. 18,90 euros. Los mejores cuentos de Francis Scott Fitzgerald. Traducción de Vicente Campos y Gemma Martínez. Navona. Barcelona, 2009 (sale en febrero). Zelda y Scott Fitzgerald.Pizcas de paraíso. RBA. Barcelona 2008 (sale en febrero).
Bibliografía
Francis Scott Fitzgerald ha tenido mucha suerte con las traducciones al castellano. Zelda no ha tenido suerte ni con las traducciones ni con las ediciones, ya que casi toda su obra permanece inédita, salvo los cuentos dePizcas de paraíso y su correspondencia -Querido Scott, querida Zelda(Lumen) o Cartas de amor y de guerra (Mondadori).
Sin embargo, muchas de las ediciones castellanas de la obra de Scott son un auténtico lujo. Juan Benet sólo tradujo un libro en su vida, A este lado del paraíso (Alianza); Justo Navarro hizo para Alfaguara una insuperable recopilación y traducción de sus cuentos en dos tomos; Mariano Antolín Rato ha traducido El Crack-Up y La historia de Patt Hobby (Anagrama), mientras que Enrique Murillo hizo una versión El crucero de la chatarra rodante para la misma editorial. José Luis López Muñoz ha traducido El gran Gatsby y Hermosos y malditos.


El triunfo desde la derrota (Revista UNAM, Universidad de Mexico)

Ariel González Jiménez (Fuente)

Sin lugar a dudas El gran Gatsby es una de las novelas emblemáticas de la literatura norteamericana del siglo XX. Ariel González se sumerge en ese mundo encantado de fiestas interminables y amores imposibles que consagran a Fitzgerald como el gran crítico del llamado “sueño americano”.
No hay fuego ni frío que pueda desafiar a lo que un hombre
guarda entre los fantasmas de su corazón.
F. Scott Fitzgerald, El gran Gatsby
I
Al reflexionar sobre algunos pensadores —los más grandes de la Ilustración francesa— que para prevalecer y ganarse la posteridad tuvieron en su momento que sacrificar el éxito inmediato y aun su libertad, el historiador Philipp Blom escribe que se puede perder por toda clase de razones: “Porque uno no es lo bastante decidido, o porque es demasiado fanático; porque no es lo bastante flexible o porque es demasiado indiferente; por no ser lo suficientemente fuerte, por ser sencillamente desafortunado, por preocuparse demasiado por los detalles o por ignorarlos demasiado; por estar demasiado retrasado para su tiempo o demasiado adelantado a él. Se puede ser un cobarde en la victoria o un auténtico héroe en la derrota”.
En tanto que Jay Gatsby, el inmortal personaje de Francis Scott Key Fitzgerald, no sabía casi nada sobre la exactitud que precisa la victoria, apenas si buenamente pudo intuir su derrota. Sin embargo, ésta le bastó para instaurarse como uno de los mitos más duraderos y poderosos de la literatura norteamericana del siglo XX. Su tragedia es la del héroe romántico por excelencia: pierde el amor, lo recupera y cuando ya lo piensa suyo de nuevo es sólo el comienzo de su pérdida total.
El señor de las espléndidas y multitudinarias fiestas al final siempre se queda solo. No tiene remedio. Luego de las noches “claras y ruidosas”, aparece Gatsby al pie de su mansión, con las manos en los bolsillos contemplando “la pimienta plateada de las estrellas” para “calcular qué parte le corresponde del firmamento local”. Y siente que lo tiene a la mano; sin embargo, valga la obviedad, es inalcanzable.
En las inmediaciones de los años veinte, época de grandes ascensos y estrepitosas caídas en todos los órdenes, donde lo mismo se amasan fortunas que quiebras estrepitosas, Fitzgerald crea un personaje para la eternidad desde una historia humana cuya sencillez no podía ser más profunda e impactante, porque ronda en él, como nos dice Nick Carraway, el honesto relator (asegura serlo en alguna parte del libro) de toda esta historia, “algo magnífico, una exacerbada sensibilidad para las promesas de la vida, como si estuviera conectado a una de esas máquinas complejísimas que registran terremotos a quince mil kilómetros de distancia”. Tiene todo, pues, para decirnos algo sobre la existencia y sus sueños.
El cine ha querido atrapar al personaje más logrado de Fitzgerald. De cuando en cuando, en magníficas locaciones, lo relanza con mayor o menor fortuna, exaltando normalmente el lujo de sus fiestas o intentando captar la decadente alegría de una época que oscila entre una copa de champán y el crack financiero, entre la euforia y la depresión.
Sin embargo, más allá de los buenos intentos de la pantalla grande por presentárnoslo, Gatsby queda siempre mejor parado en las páginas de la novela. En éstas luce más su misterio y encanto, así como la pesada carga del desamor. El cine necesita representar un personaje más nítido, no importa que lo deba reinventar, la novela no.

                                                     F. Scott Fitzgerald con Zelda, 1920

La presencia de Gatsby en la novela, protagónica sin duda, resulta paradójicamente borrosa: “Sólo es uno que se llama Gatsby”, dirá otro personaje, Jordan. Además de las incógnitas que rodean su condición de nuevo rico, su improbable ejemplaridad como self-made man y la ausencia de muchos detalles sobre su vida anterior y la que lleva (“dicen que es sobrino o primo del káiser Guillermo”; “es un traficante de licores”; “una vez mató a un hombre”), y aun en torno de su primer fracaso con Daisy, el relato no corre a cargo suyo, un hecho sobre el que ha llamado la atención Harold Bloom:
El libro resulta profundamente conradiano porque Nick Carraway media entre nosotros y Gatsby, de igual modo que el Marlon de Conrad media entre el lector y Kurtz o Lord Jim. No vemos, no oímos ni sabemos nada de Gatsby sino a través de los ojos, los oídos y el corazón de Carraway. Y de acuerdo con Nick, su amigo es el héroe romántico del sueño americano.
Y también de acuerdo con Nick, nuestro héroe se reduce por momentos a un hombre solo que sonríe y da fiestas. Aquélla “era una de esas raras sonrisas capaces de tranquilizarnos para toda la eternidad, que sólo encontramos cuatro o cinco veces en la vida”; y éstas eran simplemente las mejores. (En charla con Jordan, el accidentado amor de Nick, ella dice que le gustan porque va “mucha gente. Son muy íntimas. En las fiestas con poca gente la intimidad es nula”).
A tal punto se hace necesario saber más de Gatsby, que no han faltado los estudiosos de sus antecedentes. Uno de ellos, James West III, profesor de la Universidad de Pennsylvania, creyó encontrar en Trimalción, la versión preliminar de El gran Gatsby, la resolución de algunos de sus enigmas. Trimalción fue publicada en 1999 por el profesor West en Estados Unidos, y provocó una intensa polémica, puesto que al hacerlo no se respetó la voluntad de Fitzgerald (quien obviamente descartó la edición de ese borrador como tal), pero también hizo evidente que los misterios en torno de Gatsby se mantenían.
Fitzgerald entregó Trimalción a su editor Maxwell Perkins en 1924. Ese primer título y versión de su gran novela aludía al esclavo liberto del que habla Petronio en su Satiricón, un hombre que con su esfuerzo consigue grandes riquezas y que es famoso por las cenas neronianas que ofrecía.
Lo que quedó de ese primer título está en el comienzo del capítulo siete de El gran Gatsby: “Un sábado por la noche, cuando la curiosidad sobre Gatsby había llegado al máximo, no se encendieron las luces de su casa y, de modo tan oscuro como había empezado, acabó su carrera como Trimalción”.
Como, en la perspectiva del editor Perkins, a Trimalción le faltaba ser pulida (justamente Gatsby le parecía un personaje “difuso”), se quedó en un mero borrador que Fitzgerald perfeccionaría hasta dar por terminada la obra que conocemos en octubre de ese mismo año.
A pesar de ser evidentemente la matriz de toda la historia, la publicación de Trimalción, como era de suponerse, fue poco menos que ociosa si consideramos que era solamente un borrador, y como tal no abunda en mayores detalles sobre el personaje central. Antes al contrario, su figura aparece todavía menos definida, de tal suerte que ni siquiera sabemos cómo era su sonrisa, un rasgo que en El gran Gatsby llega a ser fundamental.

 III
La riqueza de Gatsby, sin hablar jamás de negocios, cifras y menos aún de sus orígenes, es proverbial. De donde él viene —sea cual sea ese lugar— sólo las grandes fiestas pueden reflejar seriamente la riqueza. Son lo único que parece garantizar que no sólo se sea rico, sino que se lo parezca.
Quien hace una fiesta a lo Gatsby (abriendo las puertas de su casa a decenas de desconocidos o reponiendo el elegante vestido a una mujer que se lo estropeó durante alguna de las recepciones) comparte y derrocha fastuosamente con el único fin de mostrar, en el fondo, su desprecio por lo adquirido.
Son los años veinte, que el propio Fitzgerald describiera en su texto Éxito temprano:
Las incertidumbres de 1919 habían terminado y parecía haber pocas dudas sobre lo que iba a suceder: los Estados Unidos estaban por iniciar la más grande y llamativa de las parrandas de toda la historia e iba a haber mucho que contar sobre ella. Todo este boom dorado flotaba en el aire, con sus enormes generosidades, sus escandalizantes corrupciones y su tortuosa batalla a muerte, la que tendría que librar el país durante la prohibición. Todos los relatos que venían a mi mente tenían un elemento de desastre en ellos…
En el ambiente de El gran Gatsby están presentes todos estos ingredientes, pero es su capacidad para conseguir volcarlos en el drama de un individuo que persigue infructuosamente el amor lo que hace que la novela tenga toda la energía y valor que ahora se le reconocen. (Empezó, recordémoslo, como un fracaso de ventas y terminó como un libro que cada año vende cientos de miles de ejemplares).
Gatsby, por lo demás, sabe cómo y para qué dilapidar una fortuna. No quiere permitirse que el dinero compre todo, menos los sueños; y entonces construye una fantasía de mansiones, cocteles, manjares y glamour que en algún momento le debe servir de puente hacia el amor imposible, Daisy Buchanan.
Por su propia formación y el roce social que siempre mantuvo, Fitzgerald conocía a los ricos, pero siempre supo que el dinero no alcanzaba para mucho a la hora de obtener lo verdaderamente valioso. Uno de sus personajes, Charlie, en el extraordinario relato “Regreso a Babilonia” (tomado en cuenta por Richard Ford en su Antología del cuento norteamericano) sostiene este diálogo esclarecedor con un camarero:
—Me han dicho que perdió una fortuna cuando se hundió la bolsa.
—Sí —asintió con amargura—, pero también perdí todo lo que quise cuando subió.
—¿Vendiendo a la baja?
—Más o menos.
Es sólo dinero. Gatsby tiene mucho más que eso, el problema es que tampoco es suficiente en ese mundo artificial e implacable que lo terminará por derrotar.
                                                                      Scott y Zelda

IV
Hace unos años, en un brillante artículo, el escritor español Antonio Muñoz Molina reexaminaba la cercanía entre Fitzgerald y su personaje:
Como a Gatsby, a Scott Fitzgerald las cosas le sucedieron muy deprisa y cuando era muy joven, de modo que muchas veces al vértigo del descubrimiento y la ganancia se le superponía el de la pérdida, y en el espacio de meses se comprimían experiencias que hubieran requerido muchos años para ser asimiladas […] Quería ganar muchísimo dinero y llevar la vida de una celebridad internacional y también quería escribir como Joseph Conrad, cuya gran sombra tutelar se proyecta sobreEl gran Gatsby. Mientras imaginaba el amor clandestino entre Gatsby y Daisy y el adulterio paralelo del marido de ella con la mujer del dueño de un garaje ruinoso se enteró de que Zelda lo estaba engañando. Su amante era un militar francés…
La tentación de identificar al escritor con su creación es siempre grande. La han argumentado de diversas formas una pléyade de escritores y críticos, aunque siempre quedan demasiados cabos sueltos y un toque especulativo difícil de confirmar.
Ya Hemingway, con quien mantuvo una extraña amistad —llena de algo parecido a los celos y deslealtad por parte del primero— había dicho (en París era una fiesta) que una noche de whiskies Fitzgerald le contó su vida con Zelda, su atormentada y enferma esposa.
Dijo que la había conocido durante la guerra, y que luego la perdió y la reconquistó, y me contó cómo llegaron a casarse, y algo trágico que había ocurrido en Saint-Raphaël, hacía más o menos un año. Aquella primera versión que entonces me contó del enamoramiento de Zelda y un aviador de la marina francesa era un relato verdaderamente triste, y me parece que era un relato verídico. Luego me contó otras varias versiones del hecho, como si lo estuviera ensayando para meterlo en una novela…
Puede ser que Gatsby tenga mucho de Fitzgerald, de sus proyecciones y problemas reales, pero es indudable entonces que el autor las consiguió llevar más allá. Ensayándolas, como propone Hemingway, las puso en un terreno mucho más duradero y universal.
No obstante, puestos a pensar en qué zona de su literatura se refleja realmente Fitzgerald, Harold Bloom apunta una posibilidad bien distinta. El crítico nos vuelve los ojos hacia Tierna es la noche, que Fitzgerald imaginó como su obra maestra, para hacernos reparar en Dick Diver, su protagonista, “una pálida criatura si lo comparamos con Gatsby”.
La trama de Tierna es la noche ronda por otras vías el tema del fracaso (Diver, un psiquiatra exitoso, y Nicole, su esposa, rica heredera, parecen los más felices del mundo, pero de pronto todo se desploma; Diver termina hundido en el alcoholismo y abandonado por Nicole). Fitzgerald, quien alguna vez había dicho que “no hay segundos actos en la vida de los americanos”, consiguió que sus principales novelas convivieran a partir de esa premisa. Gatsby y Diver no tienen una segunda oportunidad. Tampoco Fitzgerald.
Bloom pregunta y responde: “¿Diver es vencido por los ricos, que tanto lo fascinan, o por sus propias debilidades? En forma bastante obvia, Diver es un doble de Fitzgerald, cosa que Gatsby no es en absoluto”.
Muñoz Molina concluye que “una parte de la tragedia de Scott Fitzgerald fue el haberse creído de corazón toda la impúdica mitología americana sobre el éxito”. Sin embargo, en cuentos (de los muchos que tuvo que escribir para mantenerse) como el citado “Regreso a Babilonia” uno no encuentra por ninguna parte esa credulidad que dice Molina. Más bien hay un escepticismo claro: envueltos en el glamour y la riqueza, sus personajes saben o por lo menos experimentan cómo la miseria no está muy lejos.
V
Periódicamente, Estados Unidos redescubre a Gatsby como su gran héroe literario. “En el siglo XIX —escribió Harold Bloom— nuestro mito nacional era Adán americano de Ralph Waldo Emerson. El sueño americano fue el mito nacional en el siglo xx y Fitzgerald fue su oficiante principal y el gran satírico de ese sueño convertido en pesadilla”.
Y ahí es donde destaca El gran Gatsby, que viene a ser la suma dramática de una época donde el nuevo rico es la promesa de la sociedad, a pesar de que en él subyace la decadencia y la bancarrota que todo el tiempo se constatan en la realidad.
Nadie como Gatsby encarna el éxito vertiginoso y fulgurante, ése que a la vuelta de la esquina le depara ser el mejor perdedor. Porque nada puede evitar que nuestro personaje fracase a manos de toda la “desconsideración y confusión” que generan Daisy, su amor imposible, y su marido Tom Buchanan.
Tom y Daisy —nos cuenta Nick— eran personas desconsideradas. Destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa desconsideración, o de lo que los unía, fuera lo que fuera, y dejaban que otros limpiaran la suciedad que ellos dejaban…
Es la pequeñez de éstos la que vence al gran Gatsby. Toda la energía, encanto, dinero y decisión suyas no son suficientes para evitar su derrota. La lección, difícil de aprender en medio de la fiesta y sus oropeles, es que en la vida puede tenerse todo sin tener nada realmente.
Tiene que ser así para que de ahí emerja la voz de Nick Carraway describiendo, muy al inicio de la novela, eso que él reconoce en Gatsby como “un don extraordinario para la esperanza, una disponibilidad romántica como nunca he conocido en nadie y como probablemente no volveré a encontrar… Al final, resultó como es debido. Fue lo que lo devoraba, el polvo viciado que dejaban sus sueños, lo que por un tiempo acabó con mi interés por los pesares inútiles y los entusiasmos insignificantes de los seres humanos”.
Vislumbrar esa condición, hacernos pensar en lo que hay más allá de la derrota, es su gran victoria.

Con todo su dolor, papá Fitzgerald (Diario el Pais)


Las cartas del autor de ‘El gran Gatsby’ a su única hija se publican en español
Las misivas revelan los anhelos y esperanzas del malogrado escritor

ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS Madrid 28 ABR 2013 - 02:00 CET34
Archivado en: Francis Scott Fitzgerald Libros Literatura Estados Unidos Norteamérica Cultura

 Scottie, de la mano de sus padres, Zelda y F. Scott Fitzgerald.

 Como tantos hijos de padres demasiado autodestructivos y complicados, Frances Scott Fitzgerald construyó una invisible red de seguridad entre su famoso progenitor y ella. No era falta de amor, muy al contrario, era simple instinto de supervivencia. La hija de uno de los escritores más grandes y malogrados de la historia de la literatura pecó de frialdad como única tabla de salvación frente a los tormentos de su padre. No se le puede reprochar a la pequeña Scottie, o Scottina, como a veces la apodaba él, la añoranza infantil por una familia más convencional. Tampoco, que fuera una chica egoísta. Ella misma lo reconoce con pesadumbre en el prólogo a Cartas a mi hija (Alpha Decay): “Comprendí que sólo había una manera de sobrevivir a su tragedia, y era ignorarla”.
El volumen reúne por primera vez en español la correspondencia que Fitzgerald mantuvo con su única descendiente, desde su primer campamento de verano hasta la universidad. Son, sencillamente, piezas tan sabias, delicadas y desnudas, escritas con tanto amor y compresión hacia ella, con tanta esperanza, que resultan desgarradoras. Como apuntó el escritor Malcolm Cowley en una entrevista a The New York Times, cuando Fitzgerald escribe a su hija en Vassar lo hace en el fondo a sí mismo en Princeton, antes de que todo se echara fatalmente a perder y se derrumbara definitivamente. “En la vida, solo creo en las recompensas por la virtud y en los castigos por no cumplir con tus obligaciones, que sin duda se pagan caros”, le escribió el verano de 1933. “¿Le pedirás a la señora Tyson que te deje echar un vistazo a un soneto de Shakespeare donde se lee el verso ‘El lirio que se pudre huele peor que la maleza?”.

“Cartas a mi hija está traspasado de una urgencia y una magia que lo dotan de entidad independientemente de que uno sea o haya sido lector de la obra de Fitzgerald”, señala Ana S. Pareja, editora del libro. “Salvando las distancias, es un testimonio equiparable a las Cartas a mi madre de Sylvia Plath, es apasionante por sí mismo”. Frances Scott Fitzgerald, periodista y escritora que falleció en 1986, se decidió a publicar las misivas en 1965. Tenía 44 años, los mismos que su padre al morir. Un poco harta de escuchar las historias que todo el mundo tenía sobre él decidió contar la suya propia y desempolvar las cartas del cajón donde las había arrinconado durante años. “Cuando llegaban a Vassar, me limitaba a examinarlas en busca de cheques y nuevas y luego las metía en el cajón inferior derecho. Ahora estoy orgullosa de haberlas conservado. Sabía que eran magníficas, y si las conservé no fue, desde luego, por codicia, porque papá era entonces un oscuro escritor sin blanca y nadie podía imaginarse que El gran Gatsby se traduciría a 27 lenguas. Las guardé de la misma manera que uno guarda Guerra y paz para leerla en otro momento o Florencia para visitarla algún día”.

                                              Scottie con su padre, Francis Scott Fitzgerald.

Los peores años empezaron cuando Frances tenía 11 años. A su padre, escribe ella, “el mundo se le empezó a venir encima” y comenzó a tomar forma lo que él enunció en su ensayo El Crack up, ese “lento proceso de demolición” del que ya no escapó nunca. Mientras el alcohol y el fracaso empezaban a dar sus devastadores frutos, él le escribía amorosas cartas a su hija donde le regalaba consejos literarios (“si no logras descomponer un poco tu prosa, se quedará en el nivel del periodista mal pagado”); la animaba a leer y escribir (“en un sentido literario, yo no te podré ayudar más allá de un determinado punto”); a construir un estilo (“no te habría escrito esta carta tan larga si no hubiera atisbado, por debajo del sonsonete de tu cuento, algunas huellas de un ritmo auténtico que tiene el sello de Scottina”); a que fuera una mujer atenta, (“el mundo, por lo general, no habita en playas ni en clubes de golf”); a que tuviese disciplina con sus estudios, al mismo tiempo que se mostraba tolerante con que ella prefiriese bailar, salir con chicos o pedirle dinero (“si no te haces a la idea, te convertirás en una de esas chicas que no saben si son millonarias o pobres de solemnidad. No eres ni lo uno ni lo otro”) y, finalmente, a que comprendiera la terrible tormenta que les acechaba. En una carta fechada en 1938, Fitzgerald le habla a su hija sobre su relación con Zelda, sobre el error que fue casarse con ella, sobre el daño que sin darse cuenta le ha causado: “¿Me harás el favor de leerte esta carta una segunda vez? Yo la reescribí dos veces”, le pide.

En la edición de Alpha Decay, el traductor, Albert Fuentes, ha creado un aparato de notas que en total incluye más de 100 referencias que no están en la edición norteamericana. Para ello, Fuentes ha contado también con Lettere a Scottie, edición italiana de 2003 a cargo del especialista Massimo Bacigalupo, que incluyó 20 cartas inéditas del padre y muchas de la hija que no han visto la luz en Estados Unidos. “Cuando conseguimos tener acceso a estas cartas, ya era demasiado tarde para incluirlas en nuestra edición”, explica Pareja. “Pero ahora también tenemos los derechos y puede que preparemos un pequeño volumen para ofrecer a los lectores en lengua castellana la otra cara de la historia”.

Scottie fue el personaje de uno de los mejores y más trágicos relatos de su padre, Regreso a Babilonia. Un exalcohólico regresa a París a por su hija abandonada, su redención pasa por recuperarla, pero ella es ese horizonte de salvación que de manera inexorable se le escapa. “Algún día volvería; no podían condenarlo a estar pagando sus deudas eternamente. Pero quería a su hija, y al margen de eso ninguna otra cosa le importaba”, se lee al final del cuento.
En su carta más conocida, Fitzgerald le enumera a su hija (entonces aún en edad escolar) una serie de cosas de las que debe preocuparse y de las que no. “Preocúpate del coraje, de la higiene, de la eficacia, de la equitación... No te preocupes por la opinión de los demás, por las muñecas, por el pasado, por el futuro, por hacerte mayor, porque alguien te supere, por el triunfo, por el fracaso, por los mosquitos, por las moscas, por los insectos en general, por los padres, por los chicos, por las desilusiones, por los placeres, por las satisfacciones...”.
Quizá por eso baste para terminar con hacer caso a la propia Scottie, que cierra su hermoso prólogo también con una recomendación: “Escuchen ahora atentamente a mi padre. Porque da buenos consejos y estoy segura de que, si no hubiera sido mi padre, a quien tanto amé como odié, ahora sería la mujer más cultivada, atractiva, exitosa e inmaculada sobre la faz de la Tierra”.

“Queridísima Scottie” (Diario El Pais)

Fuente
Reproducimos tres de las cartas representativas de distintas épocas. Una aproxima directa a la relación de padre e hija
E. F.-S. Madrid 28 ABR 2013 - 02:02 CET

 El 25 de enero de 1940, Fitzgerald escribe a su hija desde Encino, California:
“Queridísima Scottie:
Habiéndose interrumpido al parecer la comunicación por tu parte, concluyo que estás enamorada. Recuerda: hay una enfermedad terrible que sorprende a las chichas populares a los diecinueve o veinte años llamada bancarrota emocional. Espero que no le estés allanando el terreno. Otra cosa, he recibido una factura de un doctor en la que se incluye una radiografía. ¿Has estado tosiendo? Por favor, dame un poco de información, por escueta que sea. Esta semana me has hecho ganar un dinero porque vendí Regreso a Babilonia, donde eres un personaje, para que hagan una película (la suma recibida no es digna del magnífico cuento —ni tampoco de ti ni de mí—. Sin embargo, la acepto).
Con todo mi amor, como siempre. Papi”
La gestión de adquisición de los derechos de Cartas a mi hija fue complicada, según recuerda la editora Ana S. Pareja. “Los derechos de Fitzgerald están libres en muchos países, pero no en otros, así que es un poco confuso. En España todavía es necesario pagar derechos de autor para publicar casi toda su obra, así que empezamos la negociación para adquirir los derechos de traducción de Letters to His Daughter, que es la única edición estadounidense que existe de las cartas pero que no incluye las cartas de Scottie, sino sólo las del padre".
De Frances tenemos el impagable prólogo que escribió para la edición norteamericana y en el que por primera vez la hija de Fitzgerald hacía pública su historia. Reconocía la culpa (“Al volver la vista atrás, me pregunto por qué no pude ser una hija menos exasperante, más reflexiva, más perseverante y considerada. No soporto pensar que le compliqué aún más las cosas. Quizá por eso he tardado tanto tiempo en escribir sobre él de una manera personal”) y también la rabia: “Durante su último lustro de vida, mi padre no habría podido comprar un libro suyo en una librería y, si lo hubiera pedido, la vendedora le habría devuelto una mirada perpleja por toda respuesta. No soy una persona sentimental, pero una vez, hace unos años, cuando entré en una librería de un pueblo perdido y vi todo un anaquel con títulos de F. Scott Fitzgerald, tan cómodamente instalados como si fueran las obras de Shakespeare, me eché a llorar”.
 El 29 de Julio de 1940 Fitzgerald le escribe a su hija desde Hollywood sobre literatura y materias de estudio (un asunto recurrente en toda la correspondencia). Según destaca el traductor Albert Fuentes en sus notas, falta la primera parte de la carta:
"Sigo con la película de Shirley Temple y continuaré trabajando en ella si un señor muy avaricioso llamado Cowan abre un poco la mano. Si no lo hace, me tomaré una semana de descanso, y no será para mal, porque mi tos se ha convertido en motivo de escándalo público. Me pregunto quién será esa antigua alumna de Westover a la que conociste. No tuve nada que ver con la expulsión de Ginevra, pero así funcionan las leyendas. La culpa fue de algunos chicos de Yale.
Este empleo ha pagado parte del dinero de tu matrícula y ha sido tan arduo ganarlo que detesto verte gastarlo en una asignatura como Prosa inglesa desde el 1800. Cualquiera que no sepa leer la prosa inglesa moderna por su cuenta es un subnormal, y tú lo sabes… […] Por otra parte, no pasas una hora de tu vida actual que no esté directamente influida por el devastador estallido de luz y aire provocado por la lectura de Casa de muñecas de Ibsen. Nora no fue la única que abandonó la casa de muñecas, todas las mujeres de Gene O’Neill la abandonaron también. Sólo que llevaban vestidos más elegantes. En fin, las monsergas de un viejo maestro. Son buenos consejos, corazón, en un campo donde sé lo que me hablo. Si no logras descomponer un poco tu prosa, se quedará en el nivel del periodista mal pagado.
Y tú puedes hacerlo mejor. Te quiere, Papi
P. D.: Entiéndase, creo que las asignaturas de poesía que hiciste en la escuela (y leí los temarios) no eran más que ñoñerías totalmente afeminadas. Pero una visión real de Blake, Keats, etc., te dará cosas que ni siquiera te imaginas. Y ahora es el momento".

                                                           "No te preocupes por.."

 

La primera de las cartas es la más conocida de todas. El escritor se la envía a su hija al campamento de verano en Marylnad el 8 de agosto de 1933.

“Tesoro: Me importa muchísimo que cumplas con tus obligaciones. ¿Querrás enviarme un poco más de documentación sobre tus clases de francés? Me alegra que estés feliz, aunque nunca he creído demasiado en la felicidad. Tampoco he creído nunca en la tristeza. Son cosas que ves sobre un escenario o en la pantalla o en las páginas impresas; nunca te ocurren realmente en la vida.
En la vida, sólo creo en las recompensas por la virtud (según el talento que uno tenga) y en los castigos por no cumplir con tus obligaciones, que sin duda se pagan caros. Si tienen el libro en la biblioteca del campamento, ¿le pedirás a la señora Tyson que te deje echar un vistazo a un soneto de Shakespeare donde se lee el verso «El lirio que se pudre huele peor que la maleza»?
Hoy no he tenido ningún pensamiento, es como si la vida consistiera solamente en armar cuentos para el Saturday Evening Post. Pienso en ti, y siempre de buen
grado, pero si vuelves a llamarme "Papaíto", sacaré a pasear el Gato Blanco y le daré una zurra en el trasero, fuerte, seis veces por cada vez que seas impertinente.
¿Te hará reaccionar?
Yo me ocupo de la factura del campamento.
Como un idiota, voy concluyendo.
Cosas de las que preocuparse:
Preocúpate del coraje.
Preocúpate de la higiene.
Preocúpate de la eficiencia.
Preocúpate de la equitación.
Cosas de las que no preocuparse:
No te preocupes por la opinión de los demás.
No te preocupes por las muñecas.
No te preocupes por el pasado.
No te preocupes por el futuro.
No te preocupes por hacerte mayor.
No te preocupes por que alguien te supere.
No te preocupes por el triunfo.
No te preocupes por el fracaso, a menos que sea culpa tuya.
No te preocupes por los mosquitos.
No te preocupes por las moscas.
No te preocupes por los insectos en general.
No te preocupes por los padres.
No te preocupes por los chicos.
No te preocupes por las desilusiones.
No te preocupes por los placeres.
No te preocupes por las satisfacciones.
Cosas en las que pensar:
¿A qué aspiro realmente?
Si me comparo a mis coetáneos, soy realmente buena con respecto a:
a) El rendimiento académico.
b) ¿Entiendo realmente a las personas y soy capaz de llevarme bien con ellas?
c) ¿Procuro hacer de mi cuerpo un instrumento útil o lo estoy descuidando?
Con todo mi amor, Papi"




3 comentarios:

  1. muy buen las notas que Gustavo, para nuestra alegría, a publicado.
    Recomiendo releer las que se refieren más a la novela en sí que a la vida se F. y de su mujer.

    Va a estar muy bueno el encuentro y nuevamente: ¡Bravo Gustavo!

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    1. Perdón se me escapó una falta de ortografía: puse ha publicado sin "H" Horror!!!
      eso me pasó por no volver a leer lo escrito. Cecilia

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  2. Ja ja! Debe ser por tanto ruso y alemán que el castellano se fue perdiendo! Voy a buscar mas sobre el libro en sí mismo, aunque es difícil porque la mayoría se refieren a las películas. De todas maneras creo que la vida de Fitzgerald tiene mucho que ver con los personajes del libro, tanto Nick como Gatsby... y porqué no de Tom también. Lo mismo me sucede con Salinas y la generación del 27. Contextualizarlos me ha ayudado a entender un poco mas.
    Un beso!

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