Link de Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Albert_Camus
Interesante película documental de audio francés (con la voz de Camus y comentarios de Jean-Louis Trintignant). Es de Jean Daniel y Joël Calmettes (1999).
La revista nexo de 2013 tiene muy buenos artículos. Aquí les dejo los links
Roberto Braña, un conocedor de la vida y obra de Camus tiene varios videos sobre el escritor. Aquí algunos que nos interesarán ahora
Camus: Escritor, periodista y Ensayista
Gabriel Andrade y Antonio Tinoco conversan sobre la vida y obra de Albert Camus
Del libro " Camus para principiantes" de David Mairowitz (1999) han extraido este texto interesante para el análisis de "La peste"
Albert Camus Y “La Peste”. El Legado Del Último Humanista. Mayo 11, 2009
«Ningún pueblo puede vivir sin belleza. Sólo puede sobrevivir un tiempo. Y esta Europa que aquí muestra uno de sus rostros más persistentes se aparta de manera incesante de la belleza.»
Albert Camus 1913-1960
En 1943, cuando los nazis invadieron la llamada “Zona libre”, asumiendo así el control de la mitad meridional de Francia junto con la septentrional, Camus declaró que habían llegado “como las ratas”.
Y de hecho, las ratas constituyen la imagen central del comienzo de su novela clásica: La peste.
Orán, ciudad argelina del Mediterráneo donde el propio Camus había vivido un breve lapso, es descrita como la más “común” de las ciudades, un lugar “sin palomas, sin árboles ni jardines…un sitio neutral”.
Hay pueblos y ciudades en los que su gente tiene de tanto en tanto una vislumbre de algo más. Sin embargo, Orán parece ser una ciudad sin vislumbres, o sea, una ciudad totalmente moderna.
Nos hallamos en el ámbito de la tragedia griega. La ciudad es, de hecho, el personaje central de esta “crónica”, y su eje espiritual es su destino colectivo a manos de la naturaleza devastadora. Desde luego, Camus no esconde que Orán es una metáfora de la Francia ocupada y apartada de la civilización por “la peste” nazi; pero es asimismo la prueba suprema de la solidaridad frente a la muerte masiva en cualquier lugar del mundo.
En la peste no hay verdaderos protagonistas, y nadie sufre gran transformación espiritual en el curso de su desarrollo inexorable. Sólo hay una serie de personajes de variable importancia, conectados por el tema de la novela pero a los que no pueden considerarse representativos de un “relato” con “intrigas” entrelazadas. No es raro, por tratarse de Camus, que este grupo esté formado en su totalidad por hombre del continente europeo. En esta ciudad “argelina”, salvo por una referencia ocasional a sus condiciones sanitarias, no parece haber la más mínima huella de su población árabe.
En la mañana del 16 de abril, el Dr. Bernard Rieux dejó su consultorio y se topó con una rata muerta en el rellano de la escalera.
Estas ratas muertas se multiplican a un ritmo alarmante, y provocan inevitablemente la primera muerte humana, la del encargado del edificio donde trabaja Rieux. Pero lo más difícil es declararla una “peste” lo cual significa admitir oficialmente su existencia y tener que enfrentar las consecuencias de dicha admisión. Rieux es llamado a declarar ante la Comisión Sanitaria de la jefatura de policía.
-Dígame la verdad:¿Está seguro de que es una peste?
-No es una cuestión de vocabulario, es una cuestión de tiempo.
Al día siguiente las autoridades difunden breves noticias por la ciudad, adoptando ciertas medidas de precaución, pero para Rieux son insuficientes. Advierte que “no se quiere perturbar a la opinión pública”. Va a visitar a Grand, un funcionario del gobierno, quien le cuenta que tuvo “un curioso incidente en una tabaquería”…El dueño del local le narró un caso reciente en que un joven empleado había sido arrestado por matar a un árabe en una playa.
Cottard, el fugitivo de la justicia, también retoma este tema al comentar una novela que estaba leyendo…
Una mañana, un pobre tipo es arrestado, eso es todo. Se ocupan de su caso, pero él no sabe nada de nada. Todo el mundo empieza a hablar de su caso hasta que de pronto tiene un prontuario…
Mientras la vida diaria sigue su curso corriente, la peste comienza a convertirse en un aspecto “normal”. Llega la primavera a Orán.
Pero ya es imposible disimular su gravedad…
Cuando los habitantes de la ciudad quedan enclaustrados en ella, la peste se torna “asunto de todos”, aun de aquellos que se negaban a reconocer su existencia o a llamarla por su nombre. Como tomar partido en la Francia de Vichy, pasa a ser un problema moral urgente: hay que luchar contra la enfermedad por todos los medios o resignarse a su carácter inevitable.
Orán queda desconectada del resto del mundo y los decretos vinculados con la peste se vuelven draconianos. Se prohíbe entrar a la ciudad o salir de ella bajo ninguna circunstancia y el envío o recepción de correspondencia, por temor al contagio. La multitud se congrega en la estación ferroviaria con la esperanza de huir.
Los habitantes de Orán quedan virtualmente “prisioneros”, obligados a vivir sólo de recuerdos. El puerto de la ciudad está desierto. Ya no corren trenes. La única forma de hacer frente a este “feriado forzoso” es “hacerlos correr con la imaginación” Peor aún, la presencia permanente del sufrimiento lleva a la gente a “aceptar” de mala gana la presencia de la enfermedad, como Mersault debió “aceptar” su propia ejecución.
Un hecho curioso – y muy francés – es que los cines siguen llenos, aunque después de un tiempo se proyecta en ellos una y otra vez la misma película.
En verano, la ciudad parece un campo de concentración.
«Se dictará prisión para quien pretende abandonar la ciudad».
«Cerrado por la peste».
«Beber vino mata los gérmenes».
«No hay más café.»
En los transportes públicos, la gente se aparta para no contagiarse.
Rieux representa el aspecto práctico de Camus, en tanto que otro personaje Tarrou, es su conciencia social, en perpetua rebelión contra las fuerzas de Tánatos (la muerte). Sin embargo, en varios sentidos son intercambiables; ambos libran la misma lucha. Son hermanos del alma, y Camus como escritor se ve en problemas para distinguir uno del otro. Sus “debates” son los que tienen lugar dentro del autor.
Reconociendo que las autoridades “carecen de imaginación” para abordar el problema de la peste, Tarrou le ofrece sus servicios a Rieux.
Decidido a combatir la peste merced a la nueva solidaridad del trabajo común, Camus amplía su metáfora primitiva para incluir a la Resistencia contra la ocupación nazi. Su labor en el periódico Combat fue paralela a su redacción de La peste, a punto tal que muchos párrafos de sus artículos combativos fueron tomados de la novela o viceversa.
Más tarde La peste daría pábulo a polémicas políticas. ¿Era suficiente la “solidaridad” o la buena voluntad para luchar contra el mal? La mentalidad voluntarista de una Cruz Roja, ¿basta como solución contra el facismo? Y al definir la inhumanidad nazi en términos de una plaga “natural”, ¿no se convertía a la “resistencia” en un eslógan vacío, que confundía a los torturadores con los bacilos?
En la práctica, Camus elimina toda oposición real a la Lucha Digna. En esta obra monumental, el único conflicto real que se plantea es entre los hombres y la peste. Las diferencias que existen entre los personajes son mitigadas o simplemente desechadas por Camus, que era a menudo un gran escritor pero rara vez un buen narrador.
Se suspenden todos los servicios funerarios y los cementerios se llenan con cal viva.
Pero cuando las tumbas ya no tienen más cabida, las autoridades se ven forzadas a cremar los cadáveres. Aquí, Camus no deja dudas sobre sus referencias históricas, aunque muchos de sus compatriotas decían ignorar la existencia de las cámaras de gas de los nazis.
Y lo que es aún más macabro…
El interior de los tranvías, que dejaron de ser usados como medio de transporte público, «fue adaptado para su nueva finalidad, se sacaron los asientos y la línea llevaba ahora directamente a su punto terminal, el crematorio…Y cada noche se veía pasar extrañas caravanas de tranvías sin pasajeros, rechinando por encima del mar…»
Confrontados con la supremacía de la muerte, los habitantes se resignan a su destino e inician “un largo sueño” en el que “no se parecen a nada” y donde la peste suprimió “todos los juicios de valor”, todas las ilusiones, y en especial la memoria.
En el otoño la peste ataca los pulmones, y en esto Camus confiesa el riesgo que corre su propio cuerpo. Como para aportar su bagaje personal a esta grandiosa metáfora, convierte un querido estadio de fútbol en una mezcla de enfermería y campo de concentración. Sin duda, es una alusión al célebre Vélodrome d’Hiver de París, donde miles de judíos fueron congregados en 1942 antes de ser deportados a Auschwitz por vía del campo de concentración de Drancy.
El vínculo entre Tarrou y Rieux se estrecha y Tarrou/Camus relata a Rieux/Camus (una vez más) la horrenda escena en la que su padre asistió a una ejecución pública. Frente a la muerte en masa, Camus da un paso al frente para criticar la pena capital, la eliminación por el Estado de un solo individuo, al que denomina “el más abyecto de todos los crímenes” Otra vez, los detalles macabros lo horripilan y fascinan…
¿Sabías que el pelotón sólo está separado del condenado por un metro y medio? ¿Que si éste avanzara dos pasos tendría los rifles contra su pecho? ¿Que los disparos se concentran en el corazón y hacen un agujero lo bastante grande como para meter el puño?
Tarrou habla en nombre de Camus al declarar:«Rechazo todo aquello que, con buenas o malas razones, lleva a la muerte o justifica la muerte de alguien».
Y como para santificar su unión, Camus lleva a los amigos a realizar un acto ritual sagrado, un baño nocturno en un lugar mítico: el Mediterráneo de Argelia.
Esta escena fundamental ha sido interpretada de muchas maneras. Algunos críticos pusieron (innecesariamente) un acento excesivo en su evidente homosexualidad, que es sobre todo fraternal. Pero tiene un significado profundamente personal, ya que en ella, la única escena de paz de la novela, el autor pudo hacer confluir las dos partes conflictivas de sí mismos.
Por unos minutos avanzaron al mismo ritmo y con igual vigor, solitarios, lejos del mundo, libres al fin de la ciudad y de la peste.
A fines de ese año, se ven otra vez por las callejuelas ratas vivas, signo de que se está acabando con la peste.
Lentamente la vida retorna a Orán, y, cosa curiosa, en ese momento Tarrou comienza a debilitarse.
La peste reaparece cuando nadie ya la esperaba, eludiendo todas las estrategias montadas contra ella. Y una vez más, hizo cuanto pudo para sorprendernos.
Tras la muerte de Tarrou, Rieux recibe un telegrama donde se le informa que su esposa, quien había abandonado la ciudad antes de la peste, también murió en una clínica lejana. Toma esta noticia con “calma”.
Al fin se reabre las puertas de la ciudad y hay baile en las plazas.
La peste es rápidamente olvidada por los que quieren retomar su antigua vida, como quienes al término de la guerra se opusieron a la famosa “purificación”.
Rieux admite haber sido durante todo ese tiempo el “narrador secreto” de la crónica, a fin de mantener separada su vida personal del comentario presuntamente objetivo. Ve cómo la vida recobra la “normalidad”…
…pero sólo él sabe lo que la multitud ignora: «que el bacilo de la peste nunca muere o desaparece, que puede permanecer dormido por décadas en los muebles y en la camas, aguardando pacientemente en los cuartos, los sótanos, los cajones, los pañuelos y papeles, y quizás un día, sólo para enseñarles a los hombres una lección y volverlos desdichados, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir en alguna ciudad feliz».
Roland Barthes (1915-1980) vio en la novela el comienzo del periodo de soledad de Camus. Después de la guerra declaró que “el mundo de Camus es un mundo de amigos, no de militantes” Camus le replicó diciendo que “si existe una evolución desde El extranjero hasta La peste, debe hallársela en el sentimiento de solidaridad y de participación”. Solidaridad, participación, reconciliación, fueron las palabras claves del Camus posterior a la contienda quien antes de los 40 años ya se había erigido en una suerte de “viejo estadista” dentro de Francia y para quien desde entonces la reconciliación tuvo más peso que la militancia.
Este nuevo “conservadorismo” de Camus no careció de ironías y contradicciones. Después de todo, seguía siendo el director de Combat, donde se había declarado que la Francia liberada no podía seguir en manos de las fuerzas del dinero, y se había reemplazado la palabra “resistencia” por “revolución”. Sin embargo, su postura (a menudo atacada por entonces) no es fácil de valorar y ha dado origen a muchos equívocos. Camus perteneció siempre a la tradición de los grandes humanistas franceses, y su infancia lo había predispuesto a una perspectiva del mundo muy distinta de la que era típica en la élite intelectual izquierdista de parís. El sufrimiento a que asistió durante la guerra lo convención de que sus viejas ideas debían ser revisadas, pero un análisis más fino revela en él una congruencia moral, que se remonta a sus primeros ensayos periodísticos en favor de los oprimidos de Argelia.
Mientras que la mayoría de los periodistas y escritores europeos permanecieron callados o acogieron con beneplácito el horrible método elegido por Estados Unidos para poner fin a la guerra con Japón el 6 de agosto de 1945, Camus habló claro:
La civilización mecanizada acaba de alcanzar su más alto grado de salvajismo…Hay cierta indecencia en celebrar un descubrimiento que está al servicio, ante todo, de la mayor furia destructiva que el hombre conoció por siglos.
Una noche fueron Rieux y Tarrou a la casa de Rambert:
"Por la noche, cuando entraron en el cuarto de Rambert, este estaba echado. Se levantó, llenó los vasos que tenía preparados. Rieux, tomando el suyo, le preguntó si todo estaba en buen camino. Rambert dijo que después de haber dado vuelta en redondo había llegado al punto de partida y que todavía le esperaba una cita más. Bebió y añadió:
-Naturalmente no vendrán.
-No hay por qué sentar un principio -dijo Tarrou.
- Ustedes no han comprendido todavía -observó Rambert alzando los hombros.
-Que?
-La peste.
-Ah! -dijo Rieux.
-No, ustedes no han comprendido que su mecanismo es recomenzar.
Rambert fue a un rincón del cuarto y abrió un pequeño gramófono.
-Que disco es ese? -preguntó Tarrou-, creo que lo conozco.
Rambert respondió que era Saint James Infirmary."
Una crítica "Sartreana" a La
Peste. Interesante artículo con una mirada crítica desde el punto de vista
filosófico de un sartreano.
Les dejo aquí algunos párrafos que me parecieron interesantes:
Comencemos por formular preguntas. Si es verdad que Orán representa al mundo en general,¿cómo debe entenderse esto? ¿Y cómo puede representar al universo? ¿Cómo puede una sociedad en la que algunas personas están separadas y en la que quienes no lo están no pueden comunicarse, representar a una sociedad en la que esto no es obviamente lo que ocurre? ¿Cómo puede una sociedad despojada de dos de las tres dimensiones del tiempo representar a una sociedad que conoce el pasado y el futuro, así como el presente?
De varias maneras sería posible lo anterior. La Peste podría ser un enunciado ontológico, como Hub clos o Les Mouches de Sartre, que no tiene que ver primordialmente con las apariencias sino con las leyes normalmente invisibles, o el lenguaje de las apariencias; pero, salvo en su manera de tratar el tiempo, que es ambigua (punto que volveré a considerar más adelante), no parece ser éste el caso: el libro nos señala, antes bien, cosas de las que ya tenemos conciencia, como la muerte y la alienación, pero sobre las cuales normalmente no nos gusta reflexionar. Indudablemente, al dirigir sobre ellas su rayo de luz, pone al descubierto algunas verdades difíciles de tragar, de las que la mayoría de nosotros no estaba, o no plenamente, consciente (como la de que nos alienamos a nosotros mismos en la lucha contra la alienación, en la lucha por la autenticidad; y que todos somos portadores potenciales, ya que no actuales, de la peste, es decir, tratantes de la muerte); pero nada hay aquí que trascienda las limitaciones empíricas de la visión de cualquier observador inteligente.
De varias maneras sería posible lo anterior. La Peste podría ser un enunciado ontológico, como Hub clos o Les Mouches de Sartre, que no tiene que ver primordialmente con las apariencias sino con las leyes normalmente invisibles, o el lenguaje de las apariencias; pero, salvo en su manera de tratar el tiempo, que es ambigua (punto que volveré a considerar más adelante), no parece ser éste el caso: el libro nos señala, antes bien, cosas de las que ya tenemos conciencia, como la muerte y la alienación, pero sobre las cuales normalmente no nos gusta reflexionar. Indudablemente, al dirigir sobre ellas su rayo de luz, pone al descubierto algunas verdades difíciles de tragar, de las que la mayoría de nosotros no estaba, o no plenamente, consciente (como la de que nos alienamos a nosotros mismos en la lucha contra la alienación, en la lucha por la autenticidad; y que todos somos portadores potenciales, ya que no actuales, de la peste, es decir, tratantes de la muerte); pero nada hay aquí que trascienda las limitaciones empíricas de la visión de cualquier observador inteligente.
los destinos de los diferentes protagonistas podrían entenderse como un comentario de sus actos. Es éste, sin duda, un comentario que debe tomarse en serio; pero, al igual que la interpretación exclusivamente moral de Huis clos, tiene un grave defecto, a saber, el de que el cuadro que nos pinta la narración se nos da esencialmente como una representación válida de la realidad en algunos de sus aspectos más universales, y no simplemente como un fondo contingente para la realización de dispersas aseveraciones cargadas de sabiduría.
Lo que tenemos en La Peste no es de hecho una aseveración ontológica; y tampoco, primordialmente, una fábula moral, sino una situación-límite;
pero es una situación-límite concebida según directrices muy distintas de los principios enunciados por Sartre en sus observaciones sobre una literatura de situaciones extremas, pues, mientras que para Sartre las personas colocadas en situaciones extremas se eligen a sí mismas libremente, y al hacerlo ayudan a crear realmente la situación para sí mismas (y si es simplemente extremo y noun límiteúitinno, por su elección lo modificarán, aunque sea ligeramente, para otros), la plaga es vista, por Tarrou, pero al parecer también por Camus, como una oportunidad para que la gente se percate de su esencial bondad frente a algo que simplemente es: la crónica refleja al mundo real, dicho de otra manera, sólo de acuerdo con una visión existencialista de la naturaleza humana y de la realidad externa.
Es en el concepto de la situación-límite donde tenemos nuestra respuesta a las preguntas que formulamos anteriormente. La separación y la falta de
comunicación se encuentran en cualquier sociedad, pero sólo en situaciones extremas suelen reconocerse. Cabe señalar que estas cosas van de la mano con un sentido reforzado de la solidaridad humana, y aquí tenemos un símbolo de esa solidaridad en la soledad que tanto para Camus como para Sartre es parte integrante de la condición humana...
...hay algo muy peculiar en el exilio de los ciudadanos de Orán: virtualmente todos ellos se sienten exiliados a consecuencia de que un ser querido o varios seres queridos han quedado separados de ellos a causa del cierre de la ciudad.
Ahora bien, literalmente hablando, una separación de esta clase, a tal escala universal, sería por demás implausible. ¿Qué es lo que puede significar? Para que encaje en la estructura general de la interpretación que he adoptado hasta ahora esta separación sólo puede significar que siempre estamos separados de los seres queridos, pero que se necesita un desastre como la plaga para darnos cuenta de esto.
Pero, ¿en qué sentido debemos entender aquí la noción de separación? ¿Es una separación espiritual, una incapacidad de comunicarse? Si duda no, porque Camus distingue entre la separación física de los seres queridos y la falta de comunicación, que la acompaña, entre los que se quedan en la ciudad.
... Al decir que la sociedad cerrada es la “verdad” de todas las sociedades, sin exceptuar a las abiertas, no deseo implicar que no haya importantes diferencias entre ellas. Cerrar una sociedad, podría argüiise, es aumentar la presión que toda sociedad ejerce sobre sus miembros hasta el extremo de que se convierte en violencia o terror, algo cualitativamente diferente. Esto se efectúa tan sólo cuando una sociedad tiene, como sociedad, una finalidad o conjunto de finalidades que ha definido claramente y está decidida a alcanzar. La tarea de definir los fines y hacer cumplirlos no tiene que ser, por supuesto, más que el cometido de un grupo dirigente, como ocurre con frecuencia en la práctica. Pero hay maneras humanas e inhumanas de imponer el cumplimiento; y en ello estriba la diferencia entre las sociedades totalitarias y las meramente autoritarias. Orán, aunque cerrada, no es totalitaria. Rieux, por ejemplo, aun cuando no esté dispuesto a auxiliar a la ilegalidad de ninguna manera, está dispuesto en el fondo de su corazón a tolerar excepciones a las regulaciones de cuarentena, como vemos en el caso de Rambert;
y su actitud debe explicarse en parte por su humildad a-totalitaria al negar que posea un conocimiento irrebatible de la verdad.
... en tal sociedad, ¿de qué estamos separados? Sin duda, en el sentido más general, estamos separados de nuestros ideales personales, los cuales, en la medida en que se nos permite tener algunos, deben quedar estrictamente subordinados a razones de bien general; pero, en Última instancia, sólo los ideales personales hacen que la vida valga la pena de ser vivida, aparte de que son la raíz de cualesquiera proyectos universales que una sociedad desee adoptar. Sin duda, esto es lo que explica las referencias a la generosa de manda de felicidad y al egotismo del amor: la renuencia de Rieux a condenar a Rambert por tratar de escapar del cerco y reunirse con la mujer que ama.
He dicho que, para Camus, la ciudad cerrada de Orán representa no sólo a la sociedad política sino también al universo. ¿Cómo puede ser esto‘! El
hecho es que, para Camus, el universo está cerrado. “Significar”, dice Sarte, “es indicar otra cosa”. Pero, según Camus, Dios no existe, y fuera del universo nada hay; de modo que lo que es no puede señalar a nada fuera de sí mismo. Por supuesto, las diferentes partes de la realidad pueden significarse unas a otras; pero para que el significado exista, en última instancia, tendría que existir algo fuera de lo que es; a falta de lo cual estamos condenados, como los ciudadanos de Orán, a caminar en círculos.
Como desea que La Peste sea una crónica, Camus emplea una técnica excepcional: en vez de adoptar la postura del autor omnisciente o de hacer
que la historia nos la cuente en primera persona un protagonista, hace que la relate un hombre que ha desempeñado un papel decisivo en la lucha, pero que escribe de sí mismo en tercera persona, y que recatadamente revela 8u identidad como narrador, para beneficio de aquellos para los cuales no ha sido obvio desde mucho antes, unas cuantas páginas antes de terminar el libro. Esto es lo que dice en justificación de lo que califica de “tono del testigo objetivo”...
...nuestro testigo objetivo tiene una metafísica y un conjunto de valores; y es su deseo de identificarse con sus prójimos sufrientes lo que nos explica su modestia y también, indudablemente, su “democrática” atenuación del heroísmo. Lo que tenemos, en efecto, a lo largo del libro no es meramente un narrador que prefiere ocultar su identidad, sino una metafísica, una ética y un arte que simulan ser diferentes
de lo que son. Al escribir acerca de sí mismo en tercera persona, Rieux no ha conseguido alcanzar la “objetividad”: simplemente se ha objetificado a sí mismo.